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lunes, 20 de junio de 2011

INTRODUCCIÓN: "...es guerra la vida, y vivir y militar es una misma cosa", por Shodai J. A. Overton-Guerra

A modo de introducción a la colección de artículos y ensayos que componen “Desde el Ojo del Huracán” he decidido comenzar con tres citas complementaria de tres grandes universales, genios de su tiempo. Las tres citas, de dos tiempos y de tres culturas muy diferentes, tienen en común algo que decir sobre la naturaleza guerrera de la existencia human. La guerra es de por vida en los hombres, porque es guerra la vida, y vivir y militar es una misma cosa,” nos dice el genio literario español Francisco de Quevedo [1580 – 1645], mientras que Nietzsche [1844 – 1900], que no precisa de introducción en dialogo culto, nos afirma: “De la escuela de guerra de la vida lo que no me destruye me hace más fuerte.” Por fin el psicólogo y filosofo William James [1842 – 19010] remata, “La belleza de la guerra en este sentido estriba en el hecho de que sea tan congruente de la naturaleza humana. La evolución ancestral nos ha hecho guerreros potenciales.” ¿Qué podemos concluir de las tres? Que para el ser humano, para su supervivencia, para su superación existencial, para su autorrealización se precisa aprender y adoptar del arquetipo del guerrero.



La introducción presente después pasa a incluir tres anotaciones seguidas de “la Bitácora de Shodai” (http://labitacoradeshodai.blogspot.com), mi blog-diario de pensamientos filosóficos e introspecciones.  Cada uno de las tres anotaciones tiene que ver precisamente con este tema, la importancia de la figura del sabio-guerrero y la crisis que causa su ausencia – uno de los temas fundamentales y germinales de toda mi producción literaria, filosófica, existencial y sociocultural. Sin dudas, en esta ya la segunda década del nuevo milenio, entramos en una guerra que representa la caída de un viejo paradigma socioeconómico, y si vamos a sobrevivir nuestra propia devastación como especie, será mejor que reconozcamos los frentes internos y externos a nosotros mismos desde el punto de vista psicológico, social, y cultural.
 

20 de junio de 2011, Playas de Tijuana, Baja California, México



ANOTACIONES PARA EL 30 DE MAYO 2011

148. Título de la Anotación: “La aniquilación y el ostracismo del ‘sabio-guerrero’ en la cultura iberoamericana.”



                He aquí un lobo adulto, el líder de una gran manada, el alfa macho. En su estado natural de libertad es regio, altivo, confiado; es fuerte, es sabio. La manada sobrevive gracias a sus atributos como líder; sabe organizar la caza, sabe mantener el orden. Lleva la responsabilidad del mando y los privilegios también: suyos son los cachorros, él es el primero en consumir de lo cazado. Aprendió su oficio de otro alfa, quizás su padre, y así se propagó una cadena de conocimiento, de sabiduría, desde los inicios de su especie hasta él, el presente. Su mirada impone, su presencia emana poder, confianza; demanda respeto, exige admiración. Captúrenle del bosque y traten de domarle, o incluso domesticarle: le encerrarán, le someterán a las más crueles de las torturas – que incluye privarle de su natural estado de libertad, de su identidad – pero domarle no es posible, mucho menos domesticarle. Jamás será un perrito faldero, no está en él. Le “nace” a la minima oportunidad, mientras que sus miembros respondan, huir en pos de su libertad; le surge que en la menor ocasión, por en cuanto sus dientes y mandíbulas sean capaces, luchar contra los agentes, vivos o inertes, de su cautiverio. Se le puede someter físicamente, se violentar su cuerpo, pero su espíritu siempre anhelará y gravitará a la libertad que es su derecho, que es su esencia, que es su ser.



Así es el auténtico sabio-guerrero: inquebrantable en espíritu, inagotable en voluntad; incesante en su afán de ser libre, libre en su afán de conocimiento; incansable en la búsqueda de la excelencia, de la auto-perfección; implacable en la realización de su misión. Como a Nelson Mandela, a Martín Lutero King o a Mahatma Gandhi, se le puede encarcelar en cuerpo pero en mente, en espíritu su esencia misma trasciende el dolor, el miedo, las cadenas, los guardias, los muros, y las vallas.



He aquí un lobezno, es decir, un cachorro de lobo; aun cuando le retiremos de la naturaleza, de la compañía de sus padres, de la guía y ejemplo que es para él el lobo alfa; aun cuando le privemos de la manada que completa su formación en calidad de lobo y que le inculca no solamente el conocimiento de la caza sino la disciplina y la jerarquía del mando, de la obediencia, del orden, aun así tampoco tendremos al final mejor suerte de la que tuvimos con el adulto de la especie a la hora de tratar de domarle, mucho menos de domesticarle. Cierto es que cuanto más pequeño y más joven le atrapemos más mostrará ciertas actitudes iniciales que nos alentarán en la fantasía de que algún día servirá de mascota fiel; pero llegadas ciertas etapas de madurez mental y física, el futuro de nuestro gozo, de nuestra ilusión caerá al fondo del pozo del proverbio, y la realidad se revelará como tal: sigue siendo un animal salvaje, libre de espíritu.



Claro está, que al privarle de la oportunidad crítica de saber lo que es, de completar el desarrollo de su identidad como especie libre, tampoco podremos devolverle a la naturaleza: perecerá desprovisto del conocimiento, de la práctica, de la sabiduría de cómo aplicar ese impulso biológico, propio de su condición de animal salvaje, hacia la libertad: sin el conocimiento y sin el entrenamiento de cómo ser un lobo no podrá sobrevivir. Pero una vez libre el cachorro buscará instintivamente a miembros de los suyos hasta que se encuentre en la compañía de un lobo adulto, de una manada que le acepte y que le encamine e inculque en el sendero de su especie. Así igual que ese lobezno es el pueblo inicialmente colonizado: vive perdido pero aún consciente de sus raíces; vive anhelando su identidad, añorando lo que les falta: la disciplina guerrera junto con la sabiduría cultural que le moldee a vivir de acuerdo a quién es. Ese pueblo aún sabría dar tributo, homenaje y respeto a aquel individuo que se les apareciera como su guía, como su maestro, y que, devolviéndoles su dignidad y razón de ser, les encaminara y disciplinara de acuerdo a quiénes son, a su identidad original.



Crucemos a generaciones de lobeznos capturados, progresivamente seleccionando a los más dóciles, a los más gentiles, desechando del acervo genético a los más agresivos y reacios. Con el transcurso de las generaciones acabaremos por último con una representación de la especie original que no solamente es domable, sino claramente domesticable. Nunca alcanzarán la madurez mental y emocional de un lobo adulto sino que se mantienen perpetuamente en una condición de cachorros, transfiriendo su dependencia en ese estado a sus amos humanos que reemplazan a sus padres de la manada ancestral. Faltos de un conocimiento de su identidad original, adoptan la identidad que sus captores y criadores les otorgue; son ya mascotas fieles, serviciales, totalmente subordinados y dependientes de los mismos seres que privaron a sus ancestros de su libertad, de su ser, de su identidad.



El resultado ya no es un lobo, ni tiene consciencia de, ni interés en serlo; pero tampoco es un humano, jamás lo será: son perros, ex-lobos despojados de su esencia lupina para convertirse en anexos humanos, en otros accesorios más de la civilización. Su alfa macho es el humano que lidera la familia; su manada es la familia misma. Ahora vive para servir a su amo. Y su enlace empático con, y su dependencia emocional del mismo es tal que vive solamente para agradarle, para sus caricias, aprobación y reconocimiento. Para convivir mejor con su familia humana se le disciplina a ser obediente, a venir cuando se le llama, a hacer trucos que resulten agradables, graciosos y entretenidos. A veces, en el mejor de los casos, desempeña una función con honor y dignidad como es el caso del perro policía o del perro lazarillo. Su comida ya no la aprende a cazar sino a buscarla en su cuenco; su existencia circula entorna a sus amos, es incompleto sin ellos. Camina ya no libre en pos de la gran caza, sino amarrado de una correa ceñida al yugo que es su collar. Es, con suerte, consentido y mimado, pero desprovisto de cualquier cosa que su ancestro llamaría “dignidad”. He aquí al perro doméstico, y he aquí el ser humano primer-mundista, el habitante “integrado” de este mundo “civilizado” creado, propiciado, y dominado por las potencias europeas, y su derivado angloamericano, desde el siglo XVI hasta el presente.



El ser humano “civilizado-integrado” es un profesional, un licenciado, un profesionista, un oficinista, un médico, un administrador, un deportista profesional, un artista de cine, un abogado, un policía, un militar, un banquero, un enfermero, un plomero o fontanero, un albañil, incluso un criminal – da igual cómo se gane la vida con tal de que encaje ordenadamente en el sistema socio-económico actual como consumidor – su misma humanidad se mide en términos de su demostrada capacidad de adquisición de bienes materiales: “tanto tienes, tanto vales”. El ser humano “civilizado-integrado” está múltiplemente esclavizado y enajenado de la naturaleza, de la humanidad, y de sí mismo mediante este sistema socio-económico iniciado y cultivado por el colonialismo europeo, y perpetuado y perfeccionado por el imperialismo corporativo transnacional estadounidense. Está enajenado de sí mismo puesto que desconoce su esencia, desconoce lo que es, lo que debe ser, y cómo transformarse. Este estado de enajenación personal le causa un gran vacío existencial por dentro, interior, que no sabe cómo rellenar y por consecuencia una angustia existencial que no sabe cómo abatir. Es precisamente este vacío existencial lo que la civilización y la colonización europea y el imperialismo transnacional corporativo han sabido mejor explotar y acrecentar.



De hecho, el proceso de la civilización occidental inculca al ser humano “civilizado-integrado” la idea, la necesidad, el impulso desesperado de buscar la solución a su angustia existencial por una parte en la aprobación de una deidad, y por otra en la gratificación inmediata, efímera mediante el consumo materialista de objetos innecesarios. Ambos recursos son externos a su persona, a su alcance directo e inmediato; ambos le esclavizan por dentro y por fuera. Ambas fuentes de su falso consuelo son externas a su poder personal, están deliberadamente, estratégicamente ubicadas por fuera de él, es decir, ni siquiera son soluciones a los cuales tuviera libre acceso aunque fuese el caso de ser verdaderas remedios a su dolencia – que por su puesto no lo son, sino todo lo contrario. La religión occidental y la corporación transnacional, como buenos traficantes de un narcótico psicológico-espiritual, inspiran un estado de adicción emocional con el cual esclavizan el cuerpo, colonizan la mente, y conquistan el espíritu de sus víctimas.  El ser humano “civilizado-integrado” está además enajenado del fruto de su trabajo –  “labor” lo denomina, palabra sinónima de “faena”, de “trastada”, de “mala pasada” –  en vez de encontrar en su obra, en su esfuerzo, cobijo, refugio, orgullo, complicidad, autorrealización. No obstante, el sistema ha inculcado en el “ciudadano-integrado” una necesidad de cumplir con su régimen de adquisiciones según el adagio de “lo tienes es lo que vales” en vez de “lo que eres es lo que vales,” y de acuerdo al lema “más es mejor” en vez de “mejor es más”.



                Sin embargo existe una condición canina por debajo de la del perrito faldero: he aquí el perro callejero. Naciera con amo o en la calle misma, el perro callejero es el anexo descastado, el accesorio desalojado de la civilización. Indeseado y abandonado, vagabundea por las calles enfermo, hambriento, descuidado, alimentándose de la basura, de los escombros. Es considerado la gran vergüenza, la gran alimaña, el gran símbolo de la suciedad, del despojo y de la decadencia de los centros urbanos; simultáneamente, para aquellos más sensibles, es el recuerdo inmediato de la crueldad y del egoísmo del ser humano y de la indiferencia que manifiesta con las especies de vida, incluso con aquellas que profanó en su esencia para satisfacer su propia necesidad o antojo.



Carente del espíritu y del conocimiento de su antepasado regio, y víctima de innumerables carencias y traumas, el perro callejero a pesar de ser técnicamente “libre” es incapaz de regresar a la nobleza de su punto de origen ancestral. Atrapado en un limbo existencial, a su vez tampoco es capaz de encajar fácilmente en un hogar en calidad de compañero doméstico, es decir, no sin la caridad y conocimiento de una mano experta que le entrene y discipline – suponiendo que tuviera la inmensa suerte de ser ofrecida dicha oportunidad. Desprovisto del conocimiento del orden, de la disciplina organizadora de la jerarquía de mando propia de la manada, el perro callejero no puede convertir su condición de desahucio en uno de libertad según el cuál tomaría la tremenda oportunidad de gozar de su liberación del yugo del collar, para regresar feliz y contento al estado de dignidad original de su noble ancestro “precivilizado” –  el lobo. He aquí el perro callejero; he aquí también el ciudadano tercermundista, el “ciudadano-desahuciado” del mundo civilizado.



Las poblaciones indígenas en particular, y los descendientes europeos colonizados de las Américas, de África, de Indonesia, y de Oceanía, etc. en general, fueron sometidas a un proceso análogo al de la domesticación del lobo, pero no precisamente con el objetivo de crear naciones de “ciudadanos integrados”, sino de todo lo contrario: de fomentar una masa de “ciudadanos-desahuciados” desorganizados, conformistas, ignorantes, incumplidos, irresponsables, etc., incapaces, al igual que el perro callejero, de beneficiarse de la condición de libertad que lograron como resultado de sus respectivos movimientos de independencia. El tercermundista, el “ciudadano-desahuciado”, al igual que el perro callejero, no puede ni retroceder a un estado de precolonización o de precivilización europea, ni tampoco posee las cualidades – el conocimiento, la cultura, la educación, el estatus socioeconómico, la disciplina, la autoconfianza, la motivación, etc. – para integrarse de pleno en – y competir con – el primer mundo. Es de notar que esta condición de “ciudadano-desahuciado” existe no solamente en los países tercermundistas, aunque ahí destacan por su porcentaje dominante de la población, sino también en el creciente margen socioeconómico fallido del, denominémoslo, “tercer mundo en el primer mundo” – las barriadas, los ghettos, los proyectos, etc., de Nueva York, de Los Ángeles, de Atlanta, de Chicago, de Paris, de Londres, etc.



Llamémoslos “Superpotencias”, “híperpotencias,” o simplemente “Imperios”, el resultado final es el mismo: una nación o pueblo más poderoso entra en una relación con otros con el fin de explotar sus recursos naturales y humanos. Debido a la desigualdad de poder – sobre todo militar y tecnológico – entre la “híperpotencia” y sus “socios”, la relación resultante conlleva una tremenda desigualdad de costos (sociales, culturales, naturales, etc.) por parte de los “socios” y de beneficios (económicos, estratégicos, etc.) a favor de la “superpotencia”. Esta desigualdad se extiende de tal grado que la relación se describe no en términos de una simbiosis de comparable beneficio mutual, sino de una explotación parasitaria en la que la superpotencia es un explotador de sus huéspedes, sobre todo de aquellos tercermundistas.



La relación de explotación, o al menos desigualdad de términos, entre clanes, pueblos, reinos, naciones, países es seguramente tan antigua como el concepto misma, pero la disparidad tecnológica y militar que mostraron los europeos con respecto al resto del mundo incluyendo y sobretodo los pueblos indígenas de África, Oceanía, y las Américas constituye una situación insólita en la historia mundial. Los resultados, que comenzaron en el siglo XVI con la expansión colonizadora europea y continua hasta el presente, han sido horrendos para estas poblaciones. Durante todo ese tiempo las fuerzas dominantes, ya sean del imperio, de la superpotencia, o de la híperpotencia, han tenido muchas oportunidades para perfeccionar sus estrategias de dominio y explotación. La explotación de un individuo o clase social o pueblo tiene niveles o fases. En la fase inicial los explotados aún saben lo que son; ésta es la fase más frustrante, arriesgada y menos productiva para el agente explotador: los dominados todavía saben que son lobos. Muchos recursos tienen que ser aplicados en evitar sublevaciones, sabotajes, motines, insurgencias, etc. El lobo alfa – el sabio-guerrero – no cede su libertad voluntariamente y sin una lucha feroz.



El nivel de explotación ideal, es decir, el último, requiere de una esclavización mental-espiritual del pueblo. En ese nivel la fuerza colonizadora ha logrado que la clase o el pueblo avasallado no solamente no se dé cuenta de su situación, sino que por lo contrario, esté o completamente indiferente a su estado, o convencido de que es tanto o más libre que sus ancestros, de esa forma participa plenamente en su propia explotación. Ese es el estado actual de la América Latina.



El viernes pasado, día 27 de mayo, 2011, durante el seminario de FITA y con el motivo del análisis del discurso de despedida del ex-presidente de los EE.UU. Dwight D. Eisenhower, acabé improvisando un breve seminario sobre la historia de la “Guerra Fría”, sobre la estrategia político-militar-económica del “Detente”, sobre el significado del neologismo “complejo industrial-militar” propiciado por Eisenhower durante ese mismo discurso, y sobre los efectos de la política exterior antisocialista y anticomunista estadounidense en el mundo iberoamericano. Estos efectos se expresaron de muchas formas y en numerosos ámbitos de las culturas de la América Latina: en la política, en la sociedad, en la economía, en la educación, en los valores materialistas, en la identidad individual y nacional, pero de ninguna forma más directa y más obvia que en la programación ideológica, cultural, y social anti-intelectualista que apoyara su política pro-fascista y anti-izquierdista. 



La civilización occidental, cuyos orígenes intelectuales parten del “gnothi seauton”, del “conócete”, del impulso de hallar respuesta al imperativo de “sabe qué eres” – ha entendido, aunque fuese inconscientemente, que a la hora de someter, dominar, colonizar a un pueblo – propio o ajeno – es de máxima prioridad extirpar, aniquilar, anonadar el mero impulso y la curiosidad de la búsqueda de la identidad y de la curiosidad intelectual en el mismo. Son precisamente esas dos corrientes filosóficas las que son el origen y la base de la ventaja intelectual europea convertida en la superioridad tecnológica-militar que permitió a sus naciones constituyentes, y a su derivado angloamericano, repartirse y someter al mundo. Como dijo Stalin: “Las ideas son más poderosas que las armas. No permitimos a nuestros enemigos armas. ¿Por qué les iríamos a permitir ideas?



EE.UU. durante y desde la Guerra Fría siguió una estrategia dirigida a proteger sus intereses nacionales en Latinoamérica contra la “amenaza Roja” del comunismo y del socialismo chino y soviético. Aparte de la protección de sus fronteras contra la amenaza de una temida invasión soviética, EE.UU., un imperio capitalista, se empeñó en proteger los intereses de las compañías transnacionales americanas operando desde Tijuana hasta Tierra del Fuego. Para resguardar estos intereses era preciso continuar y acrecentar el estado de mansedumbre e ignorancia que España y Portugal establecieron entre las masas latinoamericanas. Efectivamente, no hay que peder de vista que Iberoamérica ya había sido conquistada durante siglos y que el efecto de los EE.UU., en realidad, viene a ser solamente una extensión y continuación de la política colonizadora de las antiguas superpotencias Ibéricas.



¿Pero qué fue lo que más afectó a estos pueblos, a estas naciones, a estas comunidades, a estas familias que ocasionó que sus integrantes quedaran reducidos durante el proceso de colonización a ese estado de “ciudadano-desahuciado” de la comunidad mundial? ¿La pérdida de su idioma? No exactamente; los judíos en su mayoría ya no hablan hebreo fuera de Israel, pero siguen siendo la minoría étnica más exitosa de la historia. ¿La pérdida de sus creencias religiosas originales? No del todo; la implantación de las religiones occidentales monoteístas definitivamente ejerció un papel, y un papel fundamental en la conquista y subyugación espiritual de la población, pero la pérdida misma de sus creencias aborígenes no – de hecho nos vendría de maravilla una buena oleada de ateismo en mundo iberoamericano y en todo el tercermundista en general. ¿La pérdida de su alimentación, de su recetario de cocina? No, eso no. ¿El cambio de usanza indumentaria, la mudanza de sus vestimentas tradicionales? No, en absoluto. ¿La pérdida de sus danzas y costumbres rituales? No, claro que no. ¿De su calendario de festividades? Tampoco. Todas esas pérdidas al fin y al cabo son cambios normales que una cultura sometida experimenta durante el proceso de transformación bajo el dominio de una cultura superior: la Galia, la Germania, Hispania, bajo los romanos, por ejemplo. España bajo los Musulmanes, por citar otro. No, fue algo más lo que perdieron durante la colonización. Perdieron un factor mucho más decisivo, mucho más determinante que la religión, el idioma, la dieta, las celebraciones festivas, la vestimenta, etc. Perdieron, por diseño y estrategia, la presencia y la vigencia de la figura del sabio-guerrero, lo que en MAMBA-RYU venimos a llamar el Sennin. Una poesía náhuatl, que incluyo abajo en su transliteración original seguido de una traducción y comentario, describe la función del Sennin, del Tlamatini, con increíble precisión y elocuencia:



Tlamatini: El Sabio Náhuatl

In tlamatini
          El que sabe 

In tlamatini: tlavilli ocutl, tomavac ocutl hapocyo;
El que sabe: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahuma – que no causa humo, que no confunde las cosas, sino que las esclarece.

 tezcatl coyavac, tezcatl necuc xapo;
Un espejo horadado, un espejo agujereado por ambos lados.

tlile, tlapale, amuxva, amoxe.
Suya es la tinta negra y roja, de él son los códices, de él son los libros de pinturas. (El posee el conocimiento más sagrado sobre la identidad del pueblo.)

Tlilli, tlapalli. 
Él mismo es escritura y sabiduría.  

Hutli, teyacanqui, tlanelo;
Es camino, guía veraz para otros. 

tevicani, tlavicani, tlayacanqui.
           Conduce a las personas y a las cosas, es guía en los negocios, asuntos, humanos.


In qualli tlamatini, ticiti, piale,
El sabio verdadero es cuidadoso (como un médico) y guarda la tradición.


machize, temachtli, temachiloni, neltocani.
Suya es la sabiduría trasmitida, él es quién la enseña, sigue la verdad

Neltiliztli temachtiani, tenonotzani;
Maestro de la verdad, no deja de amonestar - de regañar, de reñir, de reprender, de corregir, de sermonear 

teixtlamachtiani, teixcuitiani, teixtomani;
Hace sabios los rostros ajenos, hace a los otros tomar una cara (una personalidad, una identidad), los hace desarrollarla.
 
tenacaztlapoani, tetlaviliani,
Les abre los oídos, los ilumina.  

teyacayani, tehutequiani,
Es maestro de guías, les da su camino, de él uno depende.

 itech pipilcotiuh.
           Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos;

 Tetezcaviani, teyolcuitiani, neticiviloni, neixcuitiloni.
Hace que en ellos aparezca una cara (una personalidad, una identidad).

Tlavica, tlahutlatoctia, tlatlalia, tlatecpana
Se fija en las cosas, regula su camino (de ellas), dispone y ordena – (impone orden, comanda.)

Cemanavactlavia,
Aplica su luz sobre el mundo – enseña, ilumina, adiestra.

topan, mictlan quimati.
Conoce lo (que está) sobre (por encima de) nosotros (y), la región de los muertos. (Lo transcendental.) 

Haquehquelti, haxihxicti,
El sabio (Es el hombre serio). 

itech nechicavalo, itech nenetzahtzililo, temachilo,
Cualquiera es confortado por él, es corregido, es enseñado.  

itech netlacaneco, itech netlaquauhtlamacho,
Gracias a él la gente humaniza su querer y recibe una estricta enseñanza. 

tlayolpachivitia, tepachivitia,  tlapalevia, ticiti, tepatia.
Conforta el corazón, conforta a la gente, ayuda, remedia, a todos cura.
 

Lo que estos pueblos, países, naciones, comunidades, y familias, habitados y repletos de “ciudadanos-desahuciados” han perdido de su consciencia presente e histórica es cualquier vestigio del arquetipo del sabio-guerrero, de aquél individuo, o género de individuos, capacitado para forjar una identidad nacional y personal de competitividad, de dignidad, de emprendimiento, de disciplina. Una identidad que abarcara con orgullo los logros ancestrales de generaciones pasadas – de todas sus raíces culturales – con vistas a la creación de un patrimonio nacional de honor y no de corrupción, de disciplina pero no de violencia, de compasión pero no de consentimiento surgiría de las cenizas coloniales como lo hizo Japón de su derrota durante la segunda guerra mundial. La eliminación del arquetipo del sabio-guerrero de la geografía mental, cultural, política, social e histórica del tercer mundo por parte de las fuerzas colonizadoras ha sido por decreto, por diseño y por estrategia, y ha sido un tremendo éxito. No es una pérdida de la cuál se recupere un pueblo, una nación, una cultura, una sociedad con facilidad.


El sabio-guerrero, representado por el dragón en ciertas culturas orientales, constituye en único individuo capaz de concienciar a una nación en cuanto a sus raíces y orígenes, el único capaz de educarles, de organizarles y de adiestrarles de acuerdo a los dictámenes de su identidad y encaminarles hacia su propia libertad:


“Es durante las grandes crisis cuando los hombres demuestran su verdadero metal. Muchos, demasiados, ante las primeras amenazas de tormenta se desentienden del mundo y se escabullen como viles alimañas a la oscuridad de sus madrigueras y escondrijos. Otros, los legionarios del cambio, esperan atentos al llamado de generales y profetas que los guíen e inspiren en la misión redentora. Y aún otros, enfrentados con la tempestad que amenaza nuestra destrucción, impulsados por el fuego de una gran pasión por la rectitud y el amor al prójimo, extienden sus alas contra el vendaval y se comprometen, hasta con su último aliento, a nuestra protección. Éstos han sido, y siempre serán, los dragones guardianes de nuestra sociedad.”



Shodai J. Alejandro Overton-Guerra



                El sabio-guerrero resulta siempre el máximo impedimento para la explotación de los recursos naturales y humanos de un país y por lo tanto resulta el primer individuo identificado, acosado y eliminado. Y en el proceso de la colonización misma, que siempre incluye una reprogramación cultural, mental y social del pueblo colonizado, la figura del sabio-guerrero es condenado al ostracismo y al exilio. El pueblo, la cultura, la nación, el país, la comunidad, la familia resultante, sin sus dragones guardianes, sin sus sabios-guerreros, queda reducida a la calidad de “viles alimañas” y después de generaciones los “legionarios del cambio” vienen a ser una reliquia del pasado. De hecho, lo que va quedando es una masa ignorante, apática, y soberbia, una plaga de “negativistas desafiantes”, de perros callejeros, resistentes a cualquier cambio que requiera orden, obediencia, esfuerzo, educación. Desafiantes ante cualquier disciplina libertadora, rechazadores de cualquier forma de sabiduría, lo único que las masas tercermundistas anhelan, lo único que desean es alcanzar el estatus de “ciudadanos-integrados”, de perros domésticos – estatus al que el primer mundo nunca les permitirá alcanzar – para permanecer siempre sirvientes fieles y dedicados de sus amos colonizadores.



He Dicho. Así Es. Y Así Será.





ANOTACIÓN PARA EL 7 DE JUNIO, 2011



149. “SEMPER MAMBA – MAMBA SEMPER”.

                Las ideas son las fuerzas motrices más poderosas de aquel universo humano que denominamos la “Quinta Dimensión” – el mundo de la mente en el que las ideas, las moléculas constituyentes de la cultura y civilización, toman dinámica y dimensión. Una idea bien establecida en la mente puede olvidarse, es decir, puede perder su presencia vigente en la mente consciente, pero difícilmente se erradica del substrato, de la matriz de donde surge esa manifestación cerebral, es decir, de la mente inconsciente. De por sí la mente inconsciente es, para la inmensa mayoría de los seres humanos, una maraña de hilos enredados, de malezas, de breñas, de contradicciones y de inconsistencias, donde yacen pensamientos – ideas – bien arraigados pero pocas veces sometidas o al machete del análisis, o a la hoz del raciocinio, o al rastrillo del buen juicio. De ahí que los seres humanos sean en sus pensamientos, emociones, y conductas – que no son sino manifestaciones de la mente inconsciente – tan incoherentes, tan discordantes, tan auto-derrotistas – en una palabra, tan “dementes”. El Poder de la Idea, y el Poder de Uno, de ese Uno que engendra la Idea, nunca deben subestimarse. Con esa misma verdad en mente, hace varios años escribí en forma de manifiesto la “MISIÓN del Maestro de MAMBA”, captando la esencia del propósito de vida de un maestro de dicha disciplina:



“Vengo a estar
Para que aprendan a estar
Por lo que ha de estar
Aun cuando
Ya no puedan más estar. 

Vengo a alzar
Para que aprendan a alzar
Lo que se ha de alzar
Aun cuando
Ya no se puedan más alzar.

 Vengo a persistir
Para que aprendan a persistir
Por lo que ha de persistir
Aun cuando
Ya no puedan más persistir. 

Vengo a permanecer
Para que aprendan a permanecer
Por lo que ha de permanecer
Aun cuando
Ya no puedan más permanecer. 

Vengo a ser
Para que aprendan a ser
Lo que tienen que ser
Aun cuando
Ya no puedan más ser.” 

Shodai Sennin J. A. Overton-Guerra



Estar, alzar, persistir, permanecer, ser: verbos, acciones, actos imprescindibles que hay que saber llevar a cabo para establecer una excelente identidad individual, social, nacional, y cultural. Hay que saber estar, es decir, hay que saber cuales son los pensamientos, las emociones y las conductas que queremos manifestar, que queremos permitirnos, que queremos fomentar en cada momento de nuestro ‘aquí’ y ‘ahora’.  Hay que saber cuáles son los valores, los principios, los pensamientos, las emociones, las conductas que queremos, debemos, destacar – alzar – por encima de las demás, y cómo efectuar y ejecutar nuestros planes para lograr tal propósito. Hay que saber persistir, es decir, perseverar, continuar, no dejarnos abatir, no caer en la conformidad o en el desaliento por los achaques, los contratiempos y las adversidades. Hay que saber permanecer, es decir, perdurar, trascender; saber cómo fijar los patrones que queremos que se perpetúen en el tiempo para que el legado de nuestros esfuerzos no resulte una brisa leve sin rastro de su recorrido, sino un huracán que arrasó y dejó marca, huella, hendidura. Y ante todo hay que saber ser, hay que saber cómo crear y manifestar la identidad ideal, modelo, arquetípica, paradigmática de la cuál todas las demás acciones de nuestro compromiso fluyan y se nutran. La clave está en el ser, las demás anteriores son facetas, modalidades, parámetros de esa identidad que queremos fomentar.



¿Cómo se consigue? ¿Cómo se logra este propósito? La clave, de nuevo, está en el ser, y de ahí la función crítica del Maestro MAMBA, del sabio-guerrero iluminado, del Sennin: establecer con las acciones derivadas de su mera existencia – estando, alzando, persistiendo, permaneciendo, siendo – una nueva norma de identidad, un nuevo-antiguo arquetipo antes central en la cultura, luego extirpada, ahora olvidada y a la vez rechazada – tal y como expliqué en mi anterior anotación 148 de la presente colección titulada La aniquilación y el ostracismo del ‘sabio-guerrero’ en la cultura iberoamericana. Es decir, el Maestro MAMBA logra su propósito meramente siendo lo que es e integrándose, exponiéndose, y manifestándose entre la población a la cual instruye e inspira. Al igual que el maestro sabio-guerrero de antaño, el Maestro MAMBA, el Sennin – maestro de la armonizada coordinación entre la mente y el cuerpo en acción –  es la figura organizadora de la sociedad y otorgadora del significado de la vida al individuo; el Maestro MAMBA combate – con su mera existencia – la condición existencial humana tan responsable por la decadencia socio-política, económica, y espiritual de la presente era. Una vez que la idea de su identidad, antaño eliminada del acervo socio-cultural, queda presente en la mente de un individuo, jamás podrá extinguirse de la misma. MAMBA es para siempre: “MAMBA SEMPER”.



Pero si la presencia, la manifiesta existencia, del Maestro MAMBA en la sociedad supone el inicio de una tremenda transformación, mucho más acentuada es la metamorfosis que experimentan aquellos individuos que emprendieron el Sendero de MAMBA y quedaron expuestos al “Gran Paradigma”. Aunque  blandieran solo temporalmente los emblemas y logos en su uniforme o camiseta vayan a donde vayan estos individuos siempre portaran consigo las semillas de una gran tradición, de unas grandes enseñanzas que germinando en su inconsciente brotarán y darán su fruto bajo las circunstancias correctas y en el momento menos pensado, guiando al ex-practicante de acuerdo a la programación sabia y libertadora de su antiguo entrenamiento. De ahí nuestro adagio: “una vez un MAMBA, siempre un MAMBA”; resumido: “SEMPER MAMBA”.



En honor y reconocimiento a estas dos grandes verdades de MAMBA – el efecto perenne de su presencia en una cultura y en un practicante –  las sesiones de MAMBA o los encuentros entre dos adeptos finalizan con la reverencia iniciada por parte del instructor o del alumno senior de “SEMPER MAMBA,” a lo cual la clase instruida o el alumno junior responde con “MAMBA SEMPER”.



SEMPER MAMBA – MAMBA SEMPER”.



He Dicho. Así Es. Y Así Será.





Anotación para el 19 de junio, 2011:

150. Titulo de la Anotación: “Para las madres en el día del padre”.



Es interesante observar como por inercia de tradición, de pronto las personas salen a elogiar y felicitar a los padres, muchas veces después de un año de olvido y casi siempre sin tan siquiera entender cuál es la verdadera y auténtica función del buen padre. ¿Cómo poder afirmar la excelencia cuando ni si quiera se entiende su esencia? Ser buen padre y conocer, vivir, enseñar y exigir la excelencia es una misma cosa.



No quiero decir con ello que ser buena madre no implique lo mismo, ser excelente, pero la falta de excelencia como normativa sociocultural afecta a ambos, padre y madre por igual, y lo cierto, y lo que las feministas se niegan a aceptar, es que hay ciertas contribuciones sociales, familiares que solamente los hombres, aquellos dignos del título, podemos aportar, y la fortaleza personal que surge de una rígida y austera disciplina es una de ellas. En la medida en que es evidente, para el que quiera reconocerlo, que en el mundo latino o hispano, en el tercer mundo, y en el tercer mundo dentro del primer mundo – o sea, los sectores poblacionales de bajo rendimiento socioeconómico y cultural – hay una falta de modelos, y de evidencias, de excelencia se puede concluir a su vez que hay una ausencia de buenos padres.



En el mundo hispano, latino, iberoamericano, de habla española y portuguesa, como queramos concebirlo y llamarlo – donde domina el matriarcado por cierto –  el auténtico papel del padre no se conoce, y donde se conoce no se entiende, y donde se conoce y se entiende por lo general, en el vasto dominio cultural que designé, se rechaza; esto lo he estudiado, lo he observado, y lo he experimentado demasiadas veces en vida propia. Las estadísticas, para los negativistas desafiantes que no quieren reconocer sus deficiencias, confirman esta falta de modelo de paternidad de tantas maneras imaginables que negarlo y ser necio es una misma cosa: se confirma en la falta de disciplina personal (índices de obesidad infantil y adulta, de adiciones a sustancias nocivas, etc.); se confirma en la falta de integridad (corrupción comenzando por los más altos niveles del gobierno; criminalidad juvenil; pornografía infantil, etc.); se confirma en la falta autocontrol en la cultura (tasas altísimas de violencia doméstica, de abuso sexual, de violencia contra la mujer, etc.); y se confirma en esa falta de excelencia y en la mediocridad institucionalizada como ícono de la cultura hispana o latina: en los millones de Ninis” – jóvenes que, teniendo la posibilidad, NI trabajan NI estudian; en la patente ausencia de inventores; en la falta de creadores de nuevas tecnologías; en la vergonzosa carencia de ganadores de premios Nobel. Os recuerdo de una anotación anterior de mi Diario de un Sennin: “…durante el siglo pasado en toda la Hispanidad junta, por ejemplo, es decir, en unos 300 millones de personas de promedio, hemos acumulado unos 22 premios Nobel – de entre TODOS los países latinos combinados. En el mismo periodo de tiempo los judíos han dado al mundo 127 – con una población (máxima) de unos 12 millones y tras haber experimentado un Holocausto durante el cuál se perdieron unos 6 millones de miembros. ¿Queda todo dicho?” ¿Queda todo dicho? No, no queda todo dicho. ¿Cuántos de mis escasos lectores siquiera saben lo que es un premio Nobel y lo que implica? Es una gran vergüenza. Somos capaces de mucho más pero no cuando crecemos chiqueados para exigirnos cada día menos y menos. Y para aquellos que buscan escudar su mediocridad detrás de su latente – y muy hispano – antisemitismo, alegando que los judíos se destacan porque se ayudan entre sí y porque explotan a los demás, diré, sin referencia a lo anterior, lo siguiente: el judío trabaja más, estudia más, se exige más que ninguna otra etnia occidental – de ahí su superioridad, de ahí que ha sido históricamente, y como las estadísticas lo demuestran, la etnicidad que per capita (“por cabeza”) más ha aportado al mundo; acordaros todos que adoráis a Jesús como vuestro Dios, que él era un judío al igual que todos los padres del catolicismo/cristianismo que asentaron las bases de vuestro culto religioso..



Es tarea difícil ser buen padre en esta cultura, sobre todo en estos tiempos de mediocridad social, de consentimientos maternales, de valores materialistas, puesto que el ser buen padre implica exigir al individuo a nuestro mando – y sí, digo “mando” palabra que trauma al anarquista inherente en todo latino – aún cuando el resto de nuestro mundo socio-cultural invita al relajo, a la desidia, a la fiesta, a la apatía, a la ignorancia, a la soberbia. Os invito a alquilar una película que hemos estudiado en el Ryu en numerosas ocasiones titulada “Coach Carter”. Ahí veréis, la pasión con la cual el entrenador se dedica a cumplir con su misión de forjar los valores de disciplina, de excelencia, de responsabilidad, de respeto, es decir, de hombría en sus muchachos; y a la vez veréis la férrea resistencia con la que se encuentra por parte de las familias, del sistema educativo, y de la sociedad en general. La cultura hispana, que fomenta “chapulines” y desdeña a las “hormigas” como “nerds”, “asociales”, “aburridos”, podría aprender mucho de la Fábula de la Hormiga y del Chapulín, versión Shodai:



Érase una vez un chapulín que se encontró con una hormiga un día de verano:
                      ·         ¿Qué onda güey? , dice el chapulín a la hormiga
·         Chambeando, no lo ves, ¿Y tú? ¿De relajo como siempre?
·         ¡Órale! Para vivir no hay nada como el buen vivir. Lo mío es la fiesta, ya sabes, el party perpetuo. Eso de chambear es de losers.
·         ¿O sea, que me estás diciendo loser?
·         Si el saco te queda pos ahí te lo llevas güey. ¿Para qué chambear si se puede vivir a toda madre sin trabajar? Aquí hay grama para dar y tomar. ¿Para que voy a pasarme estos días tan bonitos sudando la gota gorda como tú hermano?
·         ¿No has oído de algo que se llama ‘futuro’?
·         ¡Futuro mis nalgas! ¡Yo vivo para ahora mismo! ¡Y que me quiten lo bailado!
·         Ya veremos quien se queda con el saco de loser cuando llegue el frío amiguito.  

Y con eso la hormiga continuó con sus labores y deberes, y el chapulín con su canto y diversión. Pasaron las horas, los días, y las semanas; llegó el otoño y el sol ya no calentaba lo que antes y al chapulín se le dificultaba más y más llenarse la panza. Por fin, con los rigores del invierno el chapulín, desesperado, tocó la puerto del hormiguero. Le abrió la misma hormiga al que había llamado ‘loser’ hace pocos meses.

·         ¿Qué se le ofrece amigo? Aquí nomás estamos los losers como yo.
·         Amigo, perdona mi anterior ignorancia, ¿pero no tendrías algo de comer?
·         Desperdiciaste los días mejores en vez de prepararte para los peores. Aquí todos hemos trabajado para comer.
·         Te lo ruego tengas compasión de mí. Aunque sea déjame pasar un poquito para quitarme este frío que apenas me deja moverme.
·         Como quieras amigo.
·         ¡Gracias! ¡Gracias!
 

Y con eso el chapulín entró al hormiguero para calentarse unos minutos. Y cuando la hormiga gritó “¡Comida!”, entretuvo la breve esperanza de que también le dieran de comer algo, antes de que una horda de hormigas se le echara encima y se lo comieran vivo.
 

En un mundo de chapulines y saltamontes ser el “sargento hormiga” es no ganarse ni el reconocimiento ni el agradecimiento ni muchas veces el apoyo de nadie durante el ministerio de esa gran obra social; es ganarse demasiadas veces el resentimiento y la reclamación de las mismas personas a las cuales estás esforzándote para rescatar de sí mismas. Ese reconocimiento, si tienes suerte, viene mucho, mucho más tarde cuando en verdad ya no es ni trascendente. Personalmente, no busco el agradecimiento, pero sí exijo el respeto, la obediencia, y la lealtad de los hijos menores a mi cargo.



No hay vocación más noble que la de ser BUEN padre – y por eso mismo se reza al “Padre Nuestro que estás en los cielos” – ya que es análoga a la de ser BUEN maestro. Ser buen padre, nos enseña Confucio, es la base y fundamento de una gran sociedad: donde vemos naciones decadentes, pueblos quebrantados, países tercermundistas, comunidades desventuradas, y culturas desdichadas, veremos un vacío de la verdadera y efectiva figura paternal. De hecho, como tantos estudios sociológicos han confirmado, la oleada creciente de pandillerismo en los Estados Unidos se vincula directamente a la endémica ausencia del padre en la sociedad americana, fomentada por las tasas crecientes de divorcio y por las parciales cortes de familia que privan al padre de su posición: el 50% de las madres divorciadas “admiten abiertamente” emplear a los hijos como arma retributiva contra el padre, y cuantas no lo hacen hasta inconscientemente; y el 95% de los niños de familias divorciadas pierden el contacto, salvo muy esporádico, con su padre dos años después del divorcio. El director de la FBI recientemente declaró que las pandillas callejeras son la primera y primordial amenaza a la seguridad nacional de los EE.UU. ¿Cuál es la primera y fundamental causa del pandillerismo juvenil? Simple: la ausencia del padre – del “buen” padre –  en el paradigma familiar. Al final EE.UU. que tanto se jacta de la grandeza de sus “padres fundadores” – George Washington, Tomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams, Alexander Hamilton y George Madison – caerá no por causa de terroristas islamistas, ni por oleadas de inmigrantes ilegales – como tanto promueve la extrema derecha republicana – sino por sus políticas legales que han eliminado al legado de tales hombres del acervo sociocultural americano.



El padre, el buen padre, es la materialización del arquetipo sabio-guerrero en el hogar-familia; es el que dirige la obra de la imposición de excelencia a todos bajo su mando – conceptos (“dirige”, “imposición”, “mando”) repelentes en una sociedad empapada de los atributos disfuncionales del negativismo desafiante que tanto domina y opera en la cultura latina. “¿Por qué es importante el guerrero?” Oigo, con tono de réplica, a tantas madres – como si no fuese bastante la experiencia de toda una vida que llevaron bajo y con hombres que carecían de aquellos atributos guerreros que logro inculcar en el Instituto; como si las estadísticas que son ejemplares de la realidad de sus vidas tercermundistas no fuese suficiente. Puedo dar respuestas largas o breves. Daré las dos. No hay mejor ejemplo de la importancia de los valores guerreros en acción en una cultura que Japón tras la paliza de la segunda guerra mundial al final de la cuál quedó exhausta, su emperador y cabeza de su religión oficial obligado a declararse ya no más deidad sino mortal – equivalente para los Católicos a que el Papa declarase que ya no es el representante de Dios en la Tierra – sus fuerzas armadas desbandadas permanentemente, y ocupada militarmente por el enemigo. No olvidemos la devastación, física y psicológica, de dos bombas nucleares. Pero Japón, debido a su esencia cultural guerrera, embutida en el Bushido – el código del Samurai – no solamente resistió cualquier intento de colonización por parte de sus invasores estadounidenses, sino que de muchas formas logró dominar económicamente a sus subyugadores en el espacio de tres o cuatro décadas, unas dos generaciones; y aún hay países latinos quejándose de la colonización española. Esa es la versión corta de la explicación; ahora a la otra.



¿Cuáles son los atributos del arquetipo del guerrero que declaro prototipo ideal para el padre de familia? (¡Directo de mis apuntes de mi programa de Mente e Identidad del Guerrero Iluminado!) Como arquetipo el guerrero representa casi universalmente ciertos valores idealizados de moralidad, de conducta, de mentalidad, de responsabilidad social.

·         En su moralidad el guerrero representa: Honor, Integridad, Sinceridad, Respeto, Justicia, Rectitud.
·         En su conducta el guerrero representa: el Protector, el Guardián o Libertador, el Justiciero, lo Dinámico en oposición a la Pasivo.
·         En su mente el guerrero representa: Claridad, Valentía, Sentido del Propósito, de la Intención, de la Misión, Responsabilidad, Optimismo, Autonomía, Estado de alerta, Autoconfianza.
·         Y en su sentido de la responsabilidad social el guerrero responde al siguiente código: Si yo no soy para mi, ¿quién será?; Si soy solamente para mi, ¿qué soy?; Si no ahora, ¿cuándo?; Si no yo, ¿quién?; Si no aquí, ¿dónde?



Con frecuencia para observar los beneficios o la utilidad de unos atributos nos podemos servir de ejemplos de su ausencia. En el mundo latino tenemos muchos. De hecho, ¿cuántos héroes a nivel nacional, o cultural, o transnacional, podemos citar en toda la Hispanidad – Brasil y Portugal inclusive – que nos hayan servido de ejemplo, de modelo de inspiración durante el siglo pasado? ¿Cuántos? ¿Che? ¿Fidel? (¡Ja!) ¿Allende? (¿Sabéis de quién hablo?) ¿Cuántos de la talla de un Gandhi, de un Martín Lutero King, de un Malcolm X, o de un Mandela? ¡Esos fueron/son sabios-guerreros que inspiraron pueblos a superarse! ¡Esos son padres-modelo para la humanidad entera! ¿Cuántos héroes podemos aclamar como latinos? Por falta de héroes ni siquiera los creamos ficticios; todos son productos Made in USA: Batman, Spiderman, Ironman, etc.



Pero si queremos indagar más en los atributos de un buen hombre – padre, lo mismo me da que me da lo mismo – no tenemos que acudir necesariamente a las hazañas de figuras heroicas, podemos acudir a resúmenes literarios de estos atributos. Comencemos por “If” (“Si”) – la dedicación de Rudyard Kipling a su hijo:



Si… 

Si puedes mantener la cabeza cuando todos a tu alrededor
Están perdiendo la suya y no dejándote de culpar
Si puedes confiar en ti mismo aun cuando todos te cuestionan
Pero un margen a sus dudas sabes otorgar 

Si puedes esperar y no cansarte en la espera,
O siendo mentido, no caer en la mentira
O siendo odiado no al odio acceder;
Pero no parecer demasiado bueno, ni demasiado sabio proponer. 

Si puedes soñar – y no hacer de los sueños tu señor
Si puedes pensar – y no a tus pensamientos entregarte
Si puedes encararte con el Triunfo y el Desastre
Y a esos dos impostores igualmente tratar.

Si puedes soportar oír la verdad que tú hablaste
Retorcida por canallas para con necios engañar,
O ver las cosas a las que tu vida dedicaste, quebradas,
Y a reconstruirlas con herramientas desgastadas te puedes agachar.

Si puedes hacer un montón de todas tus ganancias
Y arriesgarlo a una vuelta del azar,
Y perdiendo, volver a tus comienzos,
Y de la pérdida ni una palabra exhalar;

Si puedes obligar tu corazón y nervio y tendón
A cumplir su turno mucho después de expirar
Y así aguantar aun cuando no quede más en ti
Salvo la Voluntad que les dicte: “¡Perseverad!”

 Si puedes platicar con la plebe y mantener la virtud
O con reyes caminar – y la humildad no ceder
Si ni enemigos ni queridos amigos te logran lastimar
Si todos cuentan contigo, pero sin echarte a perder

Si puedes rellenar el inexorable minuto
Con sesenta segundos de recorrido por haber
Tuyo será la Tierra y todo su contenido,
Y – lo que es más – hijo mío, ¡un Hombre has de ser!

 Traducción de “If” de Rudyard Kipling por J. A. Overton-Guerra



                “¡Un Hombre has de ser!” Madres, padres, ¿Cuántos de vosotros no tenéis ni la menor idea de la madurez mental, emocional, y conductual a la cuál se refiere el autor, mucho menos sois capaces de demostrarla, enseñarla, exigirla? Y sin embargo, ese el menester – el sine qua non (“sin esto no hay”) – del BUEN padre. ¿Queréis un Rolex en la muñeca o una imitación de hojalata? ¿Un diamante en el dedo o un trozo de cristal? Lo bueno cuesta. Hay que exigirlo, hay que forjarlo. De hecho, si queremos fijar ya una importante diferencia entre los valores ideales que vemos que a las mujeres no se les exigen un control disciplinado sobre sus emociones. ¿A cuántas mujeres no he oído excusar su conducta en las fases de su ciclo menstrual? A las mujeres, por ser tales, se les consiente, se les amplía los márgenes de lo que resulta ser conducta aceptable por el hecho de ser mujer. Lo malo cuando tenemos a generaciones de muchachos criados por mujeres es que emulan al genero femenino en su consentimiento emocional – “¡Es que me hiciste enojar! ¡Me estresas! ¡Me tienes harto!” – completamente inaceptable para un HOMBRE. ¿Por qué el guerrero? Porque estar al mando de una organización, de cualquier tipo, no permite ese tipo de consentimientos, y los únicos modelos transculturales de autocontrol mental, de disciplina, de falta de auto-consentimiento son precisamente las tradiciones guerreras de cualquier cultura. Esos valores típicos de las castas guerreras no están típicamente incorporadas en el acervo cultural femenino salvo, claro está, en las culturas y sociedades donde se cultivan guerreros entre los hombres. Ejemplo: La primera vez que oí la frase, “Con tu escudo o sobre él”, fue en la voz de mi propia madre a mis cuatro años de edad cuando iba a salir a la calle a jugar por primera vez sin el cuidado de mi padre. Yo ni sabía ni tenía idea de lo que era un ‘escudo’ entonces, pero pronto lo supe. Era la frase famosa con el que la madre espartana, legendaria por la función que desempeñaba en la formación de guerreros más celebrados de la historia occidental, enviaba a sus hijos a la guerra: perder el escudo en batalla era símbolo de la cobardía de la huida, de la deserción; y los espartanos caídos en batalla se traían cargados sobre sus escudos.



¿Otro ejemplo literario de valores guerreros? Con gusto. Este es del dramaturgo del Siglo de Oro español, Pedro Calderón de la Barca, ex-soldado, al igual que Cervantes y Lope de Vega:



El soldado español de los Tercios

Este ejército que ves
vago al hielo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que el adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.

Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.

Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.

Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.



Madres, ¿cuántos de vuestros varones, padres del mañana o de hoy, son “vagos al frío o al calor” y no niños chípil que viven de comodidad en comodidad? ¿Sabéis cultivar ese estoicismo en vuestros hijos mediante ejemplo propio o por exigencia – lo dudo – o por lo contrario os esmeráis, con dedicación apasionada, a revestir a vuestros “bebés”, no importa la edad, de toda la comodidad material, física y emocional posible? ¿Cuántas madres ni reconocen el valor de “Aquí la más principal hazaña es obedecer, y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar”? ¿Cuántas no inculcáis esos atributos (guerreros) en vuestros hijos? ¿Cuántos ni permitiríais a un padre hacerlo sin darle batalla sin cuartel o hacer de su existencia un suplicio robándole su autoridad delante de sus propios hijos y a sus hijos de la oportunidad de aprender y valorar tales indispensables atributos?



Y sobre Pedro Calderón de la Barca tengo algo más que decir. Alistó en un Tercio español a los 40 años de edad por puro patriotismo. “Patriotismo”, es decir, amor a la “patria”. “Patria” de “pater”, de “padre”. Sin “patriotismo” no habrá “patrimonio” nacional para las generaciones futuras. El buen padre fomenta el patriotismo en sus hijos, inculca ese el sentido del deber, de consciencia, de identidad y de unidad nacional, de dedicación a otros, a la causa de la comunidad y no sólo al de su bolsillo, de su panza, o de los impulsos de su bragueta. El buen padre sabe inculcar en sus hijos el sentido del sacrificio del deber más allá de las emociones personales. ¿Acaso no es ese el ejemplo que valoran tanto los cristianos – católicos, ortodoxos y protestantes –  en su Dios al sacrificar a su único hijo por una gran causa, por la “salvación” humana? Aquí os incluyo otro ejemplo de “hombría”, sacada de mi “Bitácora Volumen I”, un ejemplo de la dedicación al deber, al honor por parte tanto de un padre como de su hijo. El evento corresponde a una anécdota real transcurrida durante la guerra civil española. Se dio el caso de un coronel que defendía su posición en el Alcázar de Toledo, que sitiada por el enemigo, acababa de sufrir un bombardeo constante de 42 días seguidos. El enemigo logró capturar al hijo del coronel y se produjo el siguiente famoso intercambio telefónico:

—Habla el jefe de las milicias populares.
—Aquí, el coronel Moscardó.
—Son ustedes responsables de todos los crímenes que están sucediendo. Le doy diez minutos de plazo para que se rinda. Si no lo hace, fusilaremos a su hijo Luis, que está prisionero en nuestras manos.
—Lo creo.
—Para que vea usted que es verdad lo que digo, se va a poner al aparato.
—¡Papá!
—¿Cómo estás, hijo mío?
—Dicen que me van a fusilar si no te rindes.
—¿Y tú que piensas?
—Que no te debes rendir, papá. ¡No importa que me fusilen!
—No esperaba menos de ti, hijo mío. Encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota.
—¡Un beso muy fuerte, papá!
—¡Un beso muy fuerte, hijo mío!
(Moscardó al jefe de las milicias:)
—Puede usted ahorrase el plazo que me ha dado, porque el Alcázar no se rendirá jamás. 

Y con eso colgó el teléfono. Luis fue fusilado, pero el Alcázar no se rindió. Tras aguantar 70 días de sitio constante por tierra y por aire, llegaron los refuerzos que repelieron el asedio y liberaron al coronel y sus hombres. El coronel, emergiendo de las ruinas del edificio, se apresuró a dar las novedades al general con una frase que ha llegado a los anales de la historia como ejemplo de la dedicación y la disciplina marcial que tanto ha caracterizado a las tropas profesionales de los ejércitos de España: “Mi general, sin novedad en el Alcázar.” (Véase una historia breve del Alcázar de Toledo en http://www.gibralfaro.uma.es/historia/pag_1563.htm.)



Bien, ¿Cuántas personas, madres o padres, reconocen la hombría de ambos padre e hijo bajo las circunstancias? ¿Y cuantos de ustedes no hubieran cedido su mando para rescatar a su hijo sin considerar que los soldados a su cargo son también hijos de padres y madres ajenos a los que quizás acabaríais condenando a tortura o a muerte por vuestra falta de HOMBRÍA? Estoy muy orgulloso al decir que todo hijo mío, varón o mujer, presentado con esta anécdota histórica ha respondido igual: “Mi padre no cedería su mando y yo no se lo pediría”.



El buen padre con la clara visión del capitán que conoce el rumbo, las aguas, los vientos,  convierte a la familia en un campamento de disciplina, en una academia de aprendizaje, y en un templo de valores para el cultivo de individuos excelentes, de sabios guerreros-poetas: maestras tigresas y guerreros dragones, individuos sensibles pero fuertes, compasivos pero dedicados, obedientes pero de consciencia, individuos pero ciudadanos. Eso se desconoce aquí. “¿Dónde están los buenos hombres?”, oigo quejarse a tantas mujeres. Los ‘hombres’ – olvidémonos de ‘buenos’ y seamos generosos con lo de ‘hombres’ - de hoy están donde vosotras les habéis criado para que estuvieran: jugando sus juegos electrónicos, embarazando a mujeres, bebiendo en los bares, y viendo espectáculos de ‘strip tease’.  ¿Queréis hombres? Os dedico la siguiente anécdota: Se dio el caso, en la antigua Grecia, de una mujer de la polis de Ática que le preguntó a otra de Esparta que por qué ellas eran las únicas mujeres que mandaban de entre sus hombres, a lo que la mujer espartana respondió: “Porque somos las únicas mujeres madres de hombres”. Moraleja: madres latinas, no os quejéis de hombres machistas y egoístas, ¡vosotras los criáis! Me preguntaron el otro día que si mi padre fue buen padre. En la medida en que sin su disciplina, enseñanza, y dirección no sería yo el HOMBRE que soy, es evidente que sí. Pero la otra cara de mi respuesta es “en la medida en que mi madre apoyó y complementó sus esfuerzos”, la respuesta también es sí.”



Pero su si el buen padre está al mando de la familia, la mujer está al mando de la sociedad, de la nación, de la cultura. El mercado de valores sociales y culturales también está sujeto a la ley de la oferta y de la demanda. Las madres sois responsables por inculcar en vuestras hijas los estándares del tipo de varones que acogen en sus lechos. Madres, ¿acaso enseñáis a vuestras hijas a preguntarse si el hombre con el que se acuestan es el modelo de hombre que quieren para sus hijos o solamente el motivo de un fascinación pasajera o de una intoxicación repentina? Y para las madres de esa generación de adoradoras de Justin Bieber, ¿acaso enseñáis a vuestras hijas que cada acto sexual no es sino el potencial de la incubación de un nuevo ser y que ese individuo resultará en imagen y semejanza a aquellos que lo engendraron? Finalmente, ¿cómo escogisteis al padre de vuestros hijos? ¿Era el modelo de hombre que queríais para vuestros hijos futuros, el objeto de una pasión, o el boleto a una seguridad emocional, económica, o las dos? Conocemos bien el problema, pero la solución la tenéis vosotras: Si no sois parte de la solución, sois el problema.



He Dicho. Así Es. Y Así Será.


Shodai J. A. Overton Guerra

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